5 nov 2023

tale: la cortina carmesí. les diaboliques / las diabólicas. jules barbey d'aurevilly

si va a leer este relato corto de corte trágico / erótico, no abra este post.

escritor y periodista francés jules barbey d'aurevilly, saint-sauveur-le-vicomte, francia, 2 de noviembre de 1808 - vii distrito de parís, francia, 23 de abril de 1889.


las diabólicas / les diaboliques


le rideau cramoisi /la cortina carmesí (extracto)

este relato se cuenta en primera persona. dice el relator que cuando viajaba en diligencia, al galope de cuatro vigorosos caballos, en cuya berlina no había más que una sola persona, una persona "harto notable por todos los conceptos," "poseedor de una cuantiosa fortuna personal", al que llamará, "si se le permite", el vizconde de brassard, un nombre supuesto, desde luego.

a los ojos del relator, el vizconde de brassard era bello, un galán, un dandy y un tipo soberbio (dicho esto último con una connotación positiva, para nada peyorativa). era, en los tiempos en que el vizconde de brassard era capitán, todo un seductor, que había hecho, según decían, muchas conquistas. el relator también creía que el vizconde era de raza normanda. era un "dandy en todo, éralo en su forma de beber como en todo lo demás... bebía como un polaco. se había mandado hacer un espléndido vaso de cristal de bohemia en el que cabía, ¡dios me perdone!, una botella entera de burdeos, ¡y lo apuraba de un trago! aún añadía, tras haber bebido, que todo lo hacía en tales proporciones, ¡y era cierto!"

"un dandy era, en efecto, el vizconde de brassard. de haberlo sido menos, hubiera llegado sin duda a mariscal de francia. desde su juventud, había sido uno de los más brillantes oficiales de las postrimerías del primer imperio. en más de una ocasión oí comentar a sus compañeros de regimiento que se distinguía por un arrojo a lo murat, mezclado con el de marmont (nota de draco: murat y marmont fueron mariscales del emperador napoleón bonaparte). esto -unido a su talante extremadamente rígido y frío, cuando no redoblaba el tambor-, hubiérale permitido, en muy poco tiempo, encumbrarse a los primeros grados de la jerarquía militar, ¡pero el dandismo! si combináis el dandismo con las cualidades inherentes al oficial: sentido de la disciplina, regularidad en el servicio, etc., etc., veréis lo que queda del oficial en tal combinación y si no salta como un polvorín. si el oficial de brassard no saltó en veinte ocasiones de su vida fue porque, como todos los dandys, era feliz. mazarino lo hubiera empleado, y también sus sobrinas, pero por otro motivo: era un tipo soberbio.

"... tras la abdicación del emperador, se había pasado naturalmente a los borbones, y, durante los cien días, sobrenaturalmente les había permanecido fiel. de manera que, al volver los borbones por segunda vez, el vizconde fue armado caballero de san luis por el mismo carlos x (en aquel entonces monsieur). en tanto duró la restauración, el apuesto de brassard no hizo guardia una sola vez en las tullerías sin que la duquesa de angulema le dirigiese, al pasar, alguna palabra gentil. esa gentileza que los infortunios habían matado, la duquesa sabía recobrarla para él. el ministro, al ver tal favor, hubiera hecho todo lo que estuviera en su mano para ascender al hombre a quien así distinguía madame; pero, aun con la mejor voluntad del mundo, ¿qué podía hacerse por aquel violento dandy que -un día de revista- había echado mano de la espada, frente a la bandera de su regimiento, porque el inspector general le había hecho una observación referente al servicio?...mucho era ya salvarle del consejo de guerra. tal indiferente desprecio hacia la disciplina había acompañado siempre al vizconde de brassard. excepto en campaña, en que tornaba a ser el oficial de cuerpo entero, nunca se había sometido a las obligaciones militares."

el relator deja constancia que conoció al vizconde de brassard quince años después de la revolución francesa de julio de 1830, es decir, en 1845.

"y, como quisiera que tuvierais una idea clara del tipo de hombre que era, en interés de la historia que va a seguir, por qué no deciros que le he conocido siete queridas, oficiales, a la vez, a aquel buen braguetero del siglo xix, como lo hubiera llamado el xvi en su pintoresco lenguaje. él las llamaba poéticamente 'las siete cuerdas de su lira', ¡y a fe mía que no apruebo tan musical y ligera manera de hablar de su propia inmoralidad! pero ¿qué queréis? si el capitán de brassard no hubiera sido todo cuanto acabo de tener el honor de referiros, su historia sería menos picante y probablemente no me hubiera venido al pensamiento el relatárosla!

"cierto es que no esperaba encontrármelo, cuando subí a la diligencia de *** en la encrucijada del castillo de rueil. hacía tiempo que no nos veíamos, y me encantó la posibilidad de poder pasar unas horas en compañía de un hombre que todavía pertenecía a nuestra época, y a quien tanto separaba ya de los hombres de nuestra época. (...) nos estrechamos la mano, y charlamos.

en su viaje, tanto el relator como el vizconde de brassard pasaron por muchos pueblos en silencio, hasta llegar a una hospedería en plena noche. al relator le llamó la atención una casa de la calle que tenía una sola ventana iluminada. "la casa en la que no podía decirse que aquella luz brillase, pues estaba tamizada por una doble cortina carmesí a través de la que se filtraba misteriosamente, era un caserón que sólo tenía un piso, pero muy alto..."

"-¡es extraño! -dijo el vizconde de brassard, como si hablase para sus adentros-, ¡parece que siempre sea la misma cortina!

"-¿o sea que también usted miraba aquella ventana, capitán? ¿y hasta la ha reconocido? -le dije con ese tono indiferente que parece no conceder la menor importancia a la respuesta y que constituye la hipocresía de la curiosidad.

"-¡no la he de reconocer! -dijo con su voz habitual, profundamente vibrante y que recalcaba las palabras.

"-no suelo pasar por aquí -prosiguió muy sosegado el vizconde de brassard-, y hasta evito hacerlo. pero hay cosas que uno no puede olvidar. no son muchas, pero las hay. yo conozco tres: el primer uniforme que se lleva, la primera batalla en que se ha combatido, y la primera mujer que se posee. pues bien, para mí, esa ventana es la cuarta cosa que no puedo olvidar.

"-el caso es -dije yo- que para un hombre con imaginación, esa ventana tiene algo fuera de lo corriente.

"-no sé lo que tendrá para usted -replicó el vizconde de brassard-, pero sí sé lo que tiene para mí. es la ventana de la primera habitación que tuve estando de guarnición. ahí he vivido... ¡demonio! ¡hace la friolera de treinta y cinco años!... detrás de esa cortina... que nadie parece haber cambiado en tantos años, y que ahora hallo iluminada, absolutamente iluminada, igual que cuando...

"se detuvo de nuevo, conteniendo sus pensamientos; pero yo estaba empeñado en arrancárselos.

"-cuando estudiaba usted táctica, capitán, en sus primeras noches de vela de alférez.

"-me tiene usted en demasiado alto concepto -contestó-. es cierto que era alférez por aquella época, pero mis noches de entonces no las dedicaba a estudiar táctica, y si tenía la lámpara encendida a esas horas intempestivas, como dice la gente decente, no era precisamente para leer al mariscal de sajonia.

"-pero -repliqué, con la celeridad de un raquetazo- ¿tal vez si para imitarlo?

"me devolvió la pelota.

"-¡oh! -dijo, por aquel entonces no imitaba yo al mariscal de sajonia, tal y como usted supone... aquello fue mucho más tarde. entonces no era más que un mocoso de alférez, muy encorsetado en sus uniformes, pero la mar de torpe y de tímido con las mujeres, aunque ellas siempre se hayan resistido a creerlo, probablemente a causa de mi dichosa cara... nunca logré beneficiarme con ellas de mi timidez. bien es verdad que sólo tenía diecisiete años en aquella venturosa época. acababa de salir de la escuela militar. se salía de ella a la edad en que actualmente se ingresa, porque si el emperador, aquel terrible dilapidador de hombres, llega a durar, hubiera acabado teniendo soldados de doce años, lo mismo que los sultanes de áfrica que tienen odaliscas de nueve.

" 'como se me ponga a hablar del emperador y de las odaliscas -pensé para mis adentros- acabaré sin enterarme de nada.

"-tenía yo, pues, diecisiete años, y acababa de salir de la escuela militar -prosiguió-. nombrado alférez en un simple regimiento de infantería de línea, que aguardaba, con la impaciencia propia de aquel tiempo, la orden de partida hacia alemania, donde el emperador realizaba esa campaña que la historia ha bautizado como la campaña de 1813, apenas tuve tiempo de ir a abrazar a mi anciano padre en su rincón provinciano, antes de reunirme en la ciudad en la que estamos esta noche, (...)

"(...) uno de mis amigos me había encontrado una habitación cerca de donde él se hospedaba, en esa ventana tan alta, y que esta noche sigo teniendo la impresión de que sea la mía, ¡como si fuera ayer! dejé que se encargase de mi alojamiento. (...) aparte de las horas de las comidas que tomaba con mis patrones, de quienes más adelante le hablaré, y de las del servicio y maniobras de a diario, la mayor parte del tiempo permanecía en mi habitación, (...)

" 'en cuanto a los patrones que me alojaban, eran de lo más burgués que quepa imaginarse. no eran más que dos, marido y mujer, ambos mayores, y nada vulgares, antes al contrario. en sus relaciones conmigo, tenían incluso esa cortesía que ya no se encuentra, sobre todo en su clase social, y que es como el perfume de un tiempo pretérito. (...) eran, por lo demás, gente buenísima, de muy apacibles costumbres y placidísimos destinos. la mujer se pasaba la vida zurciendo calcetines acanalados para el marido, y él, chiflado por la música, rascando en su violín viejas composiciones de viotti, en un desván encima de mi habitación... acaso fueron más ricos tiempo atrás. (...)'

" 'llevaba allí como cosa de un semestre, gozando de la misma tranquilidad que mis huéspedes, a quienes nunca había oído pronunciar una sola palabra alusiva a la existencia de la persona con la cual iba a encontrarme en su casa, cuando un día, al bajar a comer a la hora habitual, divisé en un rincón del comedor a una muchacha espigada que, puesta de puntillas, colgaba por las cintas su sombrero de una percha, con los ademanes propios de una mujer que está en su casa y acaba de regresar. al arquear la cintura para poder colgar el sombrero en aquella percha tan alta, exhibía el soberbio talle de una bailarina que se echa hacia atrás, y aquel talle hallábase preso (¡ésa es la palabra, tan ceñido estaba!) en el brillante corpiño de un bolero de seda verde con flecos que caían sobre su vestido blanco, uno de esos vestidos de la época, que se ajustaban a las caderas y no tenían reparo en mostrarlas, cuando las había... con los brazos aún levantados, se volvió al oírme entrar, imprimiéndole a su nuca un sesgo que me permitió ver su rostro; pero acabó su movimiento como si yo no hubiese estado allí, se cercioró de que no se hubieran arrugado las cintas del sombrero al colgarlo, y una vez hecho esto, pausada, atenta y casi impertinentemente, pues, al fin y al cabo, yo estaba allí de pie, aguardando para saludarla a que se dignase a prestarme atención, me dispensó el honor de mirarme con sus ojos negros, helados, a lo que sus cabellos, cortado a lo tito y recogidos en bucles por la frente, comunicaban esa especie de profundidad que dicho peinado presta a la mirada. yo no sabía quién podía ser, a tal hora y en tal lugar. mis patrones nunca tenían invitados a comer... con todo, ella probablemente venía a comer. la mesa estaba puesta, había cuatro cubiertos... pero mi asombro al verla allí no fue nada comparado con mi estupefacción al saber quién era, cuando lo supe... cuando mis dos patrones, al entrar en el comedor, me la presentaron como su hija, recién salida del internado y que en adelante había de vivir con ellos...'

" 'la presencia de su hija había modificado necesariamente los chismorreos de los dos ancianos. habían suprimido los pequeños escándalos de la ciudad. en aquella mesa sólo se hablaba ya, literalmente, de temas tan interesantes como la lluvia y el mal tiempo. por ello, la señorita albertine o alberte, que tanto me había sorprendido al principio por su aire impasible, al no brindarme otra cosa que aquella actitud, acabó hastiándome muy pronto... de habérmela tropezado en el ambiente social para el que yo había nacido, y en el que hubiera debido moverme, tal impasibilidad me hubiera herido en lo más hondo... pero, para mí, no era una muchacha a quien yo pudiera hacerle la corte... ni siquiera con la vista. mi posición con respecto a ella, alojándome como me alojaba en casa de sus padres, resultaba delicada, y cualquier insignificancia podría crear malentendidos... no estaba ni lo bastante cerca ni lo bastante lejos de mí en la vida para que pudiera representar algo para mí... y muy pronto, de modo espontáneo y sin la menor doble intención, respondí a su indiferencia con la mayor impasibilidad.

" 'y esta relación se mantuvo siempre, tanto por su parte como por la mía. no reinó entre nosotros sino la más fría cortesía, la más sobria en palabras. ella sólo era para mí una imagen a la que apenas veía; y yo, ¿qué sería para ella?... en la mesa (sólo allí nos encontrábamos), miraba más el tapón de la jarra o el azucarero que a mí... cuanto allí decía, muy correcto, siempre perfectamente expresado, pero intrascendente, no me proporcionaba ninguna pista acerca de cuál pudiera ser su carácter. y, por otro lado, ¿qué me importaba? toda la vida me hubiera pasado sin tratar siquiera de asomarme al interior de aquella apacible e insolente muchacha, con su impropio aspecto de infanta...

" 'una noche, haría cosa de un mes que la señorita alberte regresara a casa, y nos sentábamos a la mesa para cenar. la tenía a mi lado, y tan poca atención le concedía que apenas había reparado en un pormenor de a diario que hubiera debido sorprenderme: estaba sentada a mi lado en lugar de estarlo entre su padre y su madre... y, en el momento en que yo desplegaba la servilleta sobre mis rodillas... no, ¡nunca podré lograr que se forme usted una idea de lo que supuso para mí aquella sensación y aquel asombro!, noté que una mano tomaba atrevidamente la mía por debajo de la mesa. creí estar soñando... o mejor dicho, no creí nada en absoluto... me absorbió por entero la increíble sensación de aquella mano audaz, que venía a buscar la mía debajo de mi servilleta. fue algo tan inaudito como inesperado. toda mi sangre, encendida por aquella presión, se precipitó de mi corazón a aquella mano, como atraído por ella, y refluyó furiosamente, como expulsada por una bomba, a mi corazón. se me nubló la vista... me zumbaron los oídos. debí de ponerme horriblemente pálido. creí que iba a desvanecerme... a disolverme en la indecible voluptuosidad provocada por la carne apretada de aquella mano, un poco grande, y fuerte, como la de un muchacho, que se había cerrado sobre la mía.  y como ya sabe usted que en esa primera etapa de la vida el placer provoca cierto espanto, hice un ademán para zafar mi mano de aquella loca mano que la había asido, pero que, apretándomela entonces con el ascendiente placer que tenía conciencia de provocarme, la conservó autoritariamente, vencida como mi voluntad, en la más cálida de las envolturas y ahogada en delicias... (...) pero claro, así no podíamos quedarnos... necesitábamos las manos para cenar... la de alberte abandonó por tanto la mía; pero en el momento en que la abandonaba, su pie, tan expresivo como su mano, se apoyó con el mismo aplomo, la misma pasión, la misma autoridad, en mi pie, y allí permaneció durante todo el tiempo que duró aquella cena demasiado corta, la cual fue para mí como uno de esos baños insoportablemente calientes al principio, pero a los que uno acaba acostumbrándose y en los que acaba por encontrarse tan a gusto, que hasta llega uno a pensar que un día los condenados podrían encontrarse tan frescos y cómodos en las ascuas de su infierno como los peces en el agua. (...) tenía la total certeza de que lo que sentía aquella muchacha por mí no era amor. no procede el amor con tal impudor y desvergüenza, y me constaba asimismo que lo que ella me hacía experimentar no lo era tampoco. pero amor o no... lo que fuese, ¡yo lo quería! al levantarme de la mesa, estaba decidido... la mano de aquella alberte, en la que ni pensaba un minuto antes de que hubiera apresado la mía, me había dejado hasta en lo más recóndito de mi ser el anhelo de unirme a ella por entero, ¡como su mano se había unido a mi mano!

" 'subí a mi cuarto como un loco, y cuando la reflexión me hubo serenado una pizca, me pregunté cómo haría para liarme, como dicen en provincias, con una muchacha tan diabólicamente provocadora. (...) el único recurso a mi alcance, en aquella casa tan ordenada y tan estrecha, donde todo el mundo se daba con el codo, era escribir; y ya que la mano de aquella muchacha atrevida tan bien se las ingeniaba para buscar la mía debajo de la mesa, a buen seguro que no se andaría con muchos remilgos para aceptar el billete que yo le diese. y lo escribí. fue el billete de circunstancias, el billete suplicante, imperioso y enajenado, de un hombre que ha apurado ya el primer sorbo de felicidad y reclama el segundo... sólo que, para entregárselo, era menester esperar a la comida del día siguiente, y se me hizo muy larga la espera. ¡pero al fin llegó esa comida! la excitante mano, cuyo contacto con la mía seguía notando desde hacía veinticuatro horas, no faltó a su cita, y fue a buscar la mía, como la víspera, por debajo de la mesa. alberte notó mi billete y lo cogió sin más, tal como yo tenía previsto, es que con aquel aire de infanta que lo desafía todo con su altivez e indiferencia se lo introdujo en las profundidades de su corpiño, levantando un encaje doblado con un breve y seco movimiento, y todo ello con tal naturalidad y presteza, que su madre que, con los ojos puestos en lo que estaba haciendo, servía la sopa, no notó nada; el bobo del padre, que siempre estaba en las nubes pensando en su violín, se quedó también in albis.

" 'confieso que tratándose de una muchacha como aquella, el destino de mi billete no me inspiró el menor asomo de inquietud. por muy pegada que estuviera siempre a su madre, ya hallaría el medio de leerlo y contestarme.' "

pero transcurrió un mes y el vizconde de brassard no había obtenido respuesta a su billete, pero una noche estando él en su dormitorio...

" '(...) de súbito, sin que ningún ruido de cerradura me lo advirtiese, la puerta se entreabrió con ese sonido estridente que suelen emitir las puertas cuyos goznes están resecos, y quedó medio entornada, ¡como si la hubiese asustado el ruido que ella misma acababa de hacer! yo alcé la vista, creyendo haber cerrado mal aquella puerta que, inoportunamente, se abría sola, exhalando aquel quejumbroso chirrido, capaz de hacer estremecerse de noche a quienes veían y de despertar a quienes duermen. me levanté de la mesa para ir a cerrarla; pero la puerta entornada se abrió un poco más y con igual suavidad, volviendo a emitir el sonido estridente que se prolongó como un gemido a través de la casa silenciosa, y, cuando se hubo abierto de par en par, vi... ¡a alberte! alberte que, pese a las preocupaciones de un miedo que debía ser inmenso, no había podido evitar que rechinase aquella puerta maldita.

" '¡ah! ¡voto a dios! hablan de visiones, quienes creen en ellas; pero la más sobrenatural de las visiones no me hubiera producido el pasmo, la especie de vuelco en el corazón que repercutió en terribles palpitaciones, cuando vi venir hacia mí, a través de la puerta abierta, a alberte, despavorida por el ruido que acababa de hacer la puerta al abrirse, ¡y que tornaría a oírse si la cerraba! ¡tenga usted bien presente que yo no tenía ni dieciocho años! ella debió de ver mi espanto reflejado en el suyo pues, con enérgico ademán, reprimió el grito de sorpresa que podía escapársele, que sin duda se me hubiera escapado de no ser por aquel ademán, y cerró la puerta, no lentamente puesto que esa misma lentitud la había hecho rechinar, sino con rapidez, para evitar el chirrido de los goznes, que no evitó, y que se repitió más claro, más nítido, de golpe y sobreagudo. luego, pegando el oído a la puerta ya cerrada, escuchó si otro ruido, que hubiera resultado mucho más alarmante y terrible, no respondía a aquél... creí verla tambalearse... me precipité hacia ella, y al punto la tenía en mis brazos.' "

"-vaya, vaya con alberte -le dije al capitán.

"-acaso crea usted -prosiguió, como si no hubiera oído mi burlona observación- que cayó en mis brazos presa de espanto, de pasión, de enajenamiento- como una joven perseguida o a la que puedes perseguir, que ha perdido ya la noción de lo que hace cuando comete la última de las locuras, cuando se abandona a ese demonio que dicen que las mujeres tienen en alguna parte, y que siempre se adueñaría de ellas, si no tuvieran otros dos más en el cuerpo (la cobardía y la vergüenza) para oponérsele. ¡pues no, no fue así! se engañaría usted si creyese tal cosa... no la movía ninguno de esos miedos vulgares y atrevidos... más bien fue ella la que me tomó en sus brazos... su primer impulso fue precipitar su frente contra mi pecho, pero la levantó y me miró con los ojos abiertos de par en par (¡ojos inmensos!), ¡como para cerciorarse de que era en efecto ya el que tenía en sus brazos! estaba horriblemente pálida, con una palidez que nunca le había visto; pero sus rasgos de princesa no se habían alterado. seguían teniendo la firmeza y la inmovilidad de una medalla. sólo que en su boca de labios ligeramente abombados erraba no sé qué extravío, que no era el de la pasión dichosa o que no ha de tardar en serlo. ¡y tenía un no sé qué tan taciturno dicho extravío, que, para no verlo, estampé en aquellos hermosos labios rojos y eréctiles el robusto y fulminante beso del deseo triunfante y rey! la boca se entreabrió... pero los negros ojos, de una negrura profunda, y cuyos largos párpados rozaban casi los míos, no se cerraron, ni tan siquiera palpitaron; pero en el fondo de ellos, como en su boca, ¡vi asomarse la demencia! fundida en aquel beso de fuego y como arrebatada por los labios que penetraban en los suyos, aspirada por el aliento que la respiraba, la llevé, sin deshacer mi abrazo, hasta aquel canapé de tafilete azul (mi parrilla de san lorenzo, desde hacía un mes que me revolcaba en él pensando en alberte), que empezó a crujir, voluptuosamente bajo su espalda desnuda, pues estaba medio desnuda. salía de su lecho, y, para venir... (¿lo creerá usted?) ¡se había visto obligada a cruzar el aposento donde dormían su padre y su madre! lo había atravesado a tientas, con las manos extendidas, para no tropezar con algún mueble que hubiera producido ruido y los habría podido despertar."

"-¡vaya! -exclamé-. nada tenía que envidiar su valor el de las trincheras. ¡bien merecía ser la amante de un soldado!"

"-y lo fue desde aquella noche -prosiguió el vizconde-. lo fue con el mismo arrebato que yo, ¡y le juro que a mí me cegaba la pasión! pero eso es igual... ¡y aquí viene la contrapartida! ni ella ni yo pudimos olvidar, en nuestros más intensos transportes de placer, la espantosa situación en que ella nos ponía a ambos. en pleno goce de aquella misma felicidad que venía a buscar y a ofrecerme, se la veía como atónita del acto que no obstante realizaba con voluntad tan firme, con empeño tan tenaz. no me extrañó nada. ¡atónito también lo estaba yo! aun sin decírselo ni hacérselo ver, una pavorosa angustia me atenazaba el corazón, en tanto que ella me estrechaba hasta ahogarse contra el suyo. a través de sus suspiros, a través de sus besos, a través del aterrador silencio que pesaba sobre aquella casa dormida y confiada, me tenía en vilo una terrible inquietud: ¡que despertase su madre o se levantase su padre! y por encima de su hombro, miraba yo tras ella, no fuera que la puerta cuya llave alberte había dejado puesta por temor a hacer ruido, fuese a abrirse de nuevo y asomar por ella, pálida e indignadas, aquellas dos cabezas de medusa, aquellos dos viejos a quienes burlábamos con tan audaz cobardía, ¡surgidos de repente en la noche como imágenes de la hospitalidad violada y de la justicia! hasta los voluptuosos crujidos del tafilete azul, que había sido mi diana del amor, hacíamos estremecer de espanto... mi corazón latía contra el suyo, que me devolvía los latidos... era algo embriagador y decepcionante a un tiempo, ¡pero en cualquier caso terrible! me acostumbré a todo ello más tarde. a costa de renovar impunemente aquella imprudencia sin nombre, acabé no dándole importancia. a costa de vivir inmerso en aquel peligro de ser sorprendido, me hice a él. dejé de pensar en todo eso. únicamente pensaba en ser dichoso. a partir de aquella primera y terrible noche, que hubiera debido espantarla de las que siguieron, decidió alberte que vendría a mi cuarto cada dos noches, ya que yo no podía ir al suyo, su cuarto de soltera que no tenía salida más que a la habitación de sus padres, y allí acudió regularmente cada dos noches; pero nunca olvidaría la impresión, el estupor de la primera vez. el tiempo no había de producir en ella el efecto que produjo en mí. no se avezó al peligro, afrontado cada noche. siempre permanecía silenciosa, aun cuando la estrechaba contra mí, hablándome apenas con la voz, porque en lo demás, ya habrá sospechado usted que era harto elocuente; y cuando, más adelante, yo me serené, a fuerza de sortear tantos peligros, y le hablé, como se habla a una amante, de lo ya pasado entre nosotros, de aquella frialdad inexplicable y desmentida, puesto que la tenía entre mis brazos, que había sucedido a sus primeras audacias; cuando le formulé, en fin, todos esos insaciables porqués del amor, que quizá en el fondo no sean sino curiosidad, su única respuesta fueron largos abrazos. su triste boca permanecía muda para todo... ¡salvo para darme besos! hay mujeres que nos dicen: 'me pierdo por ti'; otras nos dicen: 'me vas a despreciar'; son formas distintas de expresar la fatalidad del amor. ¡pero ella, no! no decía una palabra. ¡cosa extraña! ¡y aún más extraña criatura! me producía el efecto de una gruesa y dura tapa de mármol que abrasaba, calentada por debajo... yo imaginaba que llegaría un momento en que el mármol se quebraría al fin bajo el calor abrasador, pero el mármol no perdió nunca su rígida densidad. las noches en que venía, se mostraba igualmente tensa y poco locuaz y, me permito este término eclesiástico, fue siempre tan difícil de confesar como la primera noche en que acudió a mi cuarto. nada más pude sacarle... a lo sumo un monosílabo arrancado, a fuerza de insistir, de aquellos hermosos labios que me enloquecían tanto más cuanto que los había visto más fríos y más indiferentes durante el día, y, aun así, un monosílabo que no arrojaba mucha luz sobre la naturaleza de aquella joven, que me parecía más esfinge por sí sola que todas las esfinges cuya imagen se multiplicaban en torno mío, en aquel cuarto estilo imperio."

"-pero capitán -interrumpí de nuevo-, algún final tuvo que tener aquello. usted es hombre de temple, y las esfinges son bichos fabulosos. no existen en la vida real, y, ¡qué diablos!, bien acabaría usted averiguando lo que tenía aquella pájara en el caletre."

"-¡final! sí, hubo un final -dijo el vizconde de brassard bajando bruscamente el cristal del cupé, como si le hubiese faltado la respiración en su monumental pecho y necesitase aire para concluir lo que tenía que contar-. pero lo que tenía en el caletre, como dice usted, aquella singular muchacha no quedó nunca claro. nuestro amor, nuestra relación, nuestro enredo (llámelo usted como guste) nos hizo conocer, o, mejor dicho, me hizo conocer, a mí, sensaciones que no creo haber experimentado nunca desde entonces con mujeres a las que he amado más que aquella alberte, que quizá no me amaba, y a quien quizá no amaba yo. nunca he comprendido bien nuestros sentimientos mutuos, ¡y aquello duraría más de seis meses! durante aquellos seis meses, todo lo que llegué a columbrar fue un tipo de felicidad del que no se tiene noción en la juventud. comprendí la felicidad de los que se ocultan. comprendí el placer del misterio en la complicidad, que, aun sin esperanza de triunfar, no podría impedir que existieran conspiradores incorregibles. tanto en la mesa de sus padres como en cualquier otro sitio, alberte seguía siendo la princesa que tanto me chocara la primera vez que la vi. sobre su frente neroniana, se rizaban adustos sus cabellos azules de tan negros, tocando las cejas y no dejando transparentar nada de la noche culpable, que no extendía sobre ella asomo de rubor. y yo, que trataba de mostrarme tan impenetrable como ella pero que, de eso estoy seguro, me hubiera delatado diez veces de haber tenido que habérmelas con personas observadoras, me henchía orgullosa y casi sensualmente, en lo más hondo de mi ser, ante la idea de que toda aquella soberbia indiferencia era mía y tenía para mí todas las bajezas de la pasión, ¡si es que la pasión puede llegar a ser tan baja! nadie en la tierra sabía eso más que nosotros... ¡y qué delicioso era poder pensarlo! (...)"

"-¡pues los padres de aquella alberte debían de dormir como los siete durmientes! -exclamé zumbón, cortando en seco las reflexiones del viejo dandy con una broma para no parecer demasiado cautivado por su historia, aunque estaba, pues con los dandys la única forma de hacerse respetar un poco es el hacer broma."

"-¿de modo que piensa usted que yo busco efectos de narrador fuera de la realidad? -dijo el vizconde-. ¡yo no soy ningún novelista! algunas veces alberte no venía. la puerta, cuyos engrasados goznes iban ahora suaves como el algodón, no se abría en toda una noche, y era porque su madre la había oído y había gritado, o porque el padre la había visto deslizarse a tientas por el cuarto. sólo que alberte, con su temple de acero, buscaba cada vez un pretexto. se sentía indispuesta... buscaba el azucarero sin el candelabro, por no despertar a nadie."

(...)

" 'preste atención... fue una noche. con la vida que hacíamos sólo podía ser una noche... una larga noche de invierno. no diré que una de las más tranquilas. todas nuestras noches eran ya tranquilas. habían pasado a serlo a fuerza de ser dichosas. dormíamos sobre aquel cañón cargado. no nos inquietaba en lo más mínimo el hacer el amor sobre aquella hoja de sable atravesada en un abismo, ¡como el puente del infierno de los turcos! alberte había venido más pronto que de costumbre, para poder quedarse más tarde. cuando venía, mi primera caricia, mi primera manifestación de amor era para sus pies, sus pies que ya no calzaban entonces sus borceguíes verdes u hortensia, esas dos coqueterías suyas y para mi delicias, que, descalzos para no hacer ruido, me llegaban transidos del frío de las baldosas por las que había caminado a lo largo del pasillo que llevaba de la alcoba de sus padres a la mía, situada en el otro extremo de la casa. yo calentaba aquellos pies helados por mi culpa, que acaso le hiciesen contraer por mi culpa al salir de la cama caliente, alguna horrible afección de pecho... yo sabía cómo entibiarlos y hacer brotar tonos rosados o bermellones de aquellos pies pálidos y fríos; pero aquella noche falló el sistema. mi boca fue impotente para hacer nacer en aquel empeine combado y encantador la pincelada de sangre que a menudo me gustaba arrancarle, como una roseta grande... aquella noche, alberte mostrábase más silenciosamente amorosa que nunca. sus abrazos tenían esa languidez y esa fuerza que eran para mí un lenguaje, y era tan expresivo que, si bien yo seguía hablándole y diciéndole todas mis demencias y embriagueces, no le pedía ya que me respondiese y me hablase. la oía en sus abrazos. de repente, dejé de oírla. dejaron sus brazos de estrecharme contra su pecho, y pensé que se trataba de uno de esos desmayos que solían acometerle, aunque por lo común conservaba en sus desmayos la crispada fuerza del abrazo... ni usted ni yo tenemos nada de mojigatos. somos hombres y podemos hablar de hombre a hombre... tenía yo la experiencia de los espasmos amorosos de alberte, y cuando le acometían, no interrumpían mis caricias. permanecí sin moverme, sobre su pecho, esperando que volviese a la vida consciente, con la orgullosa certeza de que recobraría sus sentidos bajo los míos y que el rayo que la había herido la resucitaría para volverla a herir... pero me engañaba mi experiencia. la miré, según estaba, abrazada a mí en el canapé azul, esperando el momento en que sus ojos, ocultos bajo los anchos párpados, me mostrasen de nuevo los hermosos globos de terciopelo negro; en que sus dientes, que se contraían y rechinaban hasta casi quebrarse el esmalte cuando la besaba bruscamente en el cuello deslizando lentamente mis labios hasta sus hombros, se entreabriesen y dejasen escapar su aliento. pero ni los ojos se abrieron ni se separaron los dientes... el frío de los pies de alberte había subido hasta sus labios y bajo los míos... al sentir aquel frío espantoso, me incorporé a medias para verla mejor; me despegué sobresaltado de sus brazos, uno de los cuales cayó sobre ella en tanto que el otro quedó colgando sobre el suelo, desde el canapé donde estaba tendida. espantado, pero lúcido aún, le puse la mano en el corazón... ¡nada!, nada en el pulso, nada en las sienes, nada en las arterias carótidas, nada en parte alguna... sólo la muerte extendida por doquier, ¡y ya con su espantosa rigidez!' "

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jules barbey d'aurevilly

18 comentarios:

  1. Esta cortina de carmesí, tal ve a mi entender sea el lugar donde el vizconde fue feliz, y creo que todo el libro se relaciona con ella, es decir bajo mi punto de vista nunca sale del habitáculo, todo se desarrolla en él.
    Es desde allí donde cuenta toda su vida, por eso cuando se para a pensar la cortina de carmesí es la referencia de su vida.
    No sé tal vez me haya ido por los cerros de Úbeda , pero me transmite eso.
    Un besote .

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    1. por todas las circunstancias que hubieron (la primera aventura sexual a tan temprana edad, todos los riesgos que hubo, la pasión y la muerte) y ver de nuevo aquella habitación, la misma cortina, hizo que en el vizconde afloraran todos los recuerdos que guardaba en su corazón.

      un beso.

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  2. Es un genial libro. Lo leí hace mucho tiempo. Te mando un beso.

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    1. "las diabólicas" es un libro con varios relatos cortos donde esta, "la cortina carmesí", me parece la más significativa.

      un beso.

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  3. Es un texto largo pero lo leí. Eso si, mantener la atención me costó un poco. Volver a los blogs es una costumbre casi olvidada.
    A ti nunca te olvido Corsario

    Te dejo un beso no tan frío como el de la Alberte,

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    1. me alegra mucho tu visita y que hayas leído todo el texto.

      nosotros jamás nos olvidamos.

      un beso.

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  4. Great article and good blog. Have a nice day ok

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  5. Había leído uno de los relatos, pero este es muy bueno, te mantiene intrigado y hasta el final exhalas un suspiro con algo de frustración porque quieres más.

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    1. lo cierto es que con la muerte de la joven todo lo sexualmente interesante acaba y empieza el drama de la imposibilidad de que no lo liguen con aquella muerte y el tener que huir de ahí, además de mover sus influencias para no pagar ninguna consecuencia por ello como al final sucedió quedándole un recuerdo agridulce de todo aquello.

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    2. Sí, por supuesto, pero mi inclinación es más hacía ella, si estaba enferma y lo sabía y quizás por eso su aparente frialdad o cierta falta de interés en profundizar, afianzar lazos, vamos. Me recuerdo aquella canción de Lana del Rey, Ride
      "Dying young and playing hard",
      "I’ve got a war in my mind
      So, I just ride"

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    3. la letra de tu canción me hizo recordar el siguiente poema:

      teresa

      mujer de treintiocho años
      (sola entre millares)
      quiere tener relaciones
      con cualquier hombre,
      en cualquier lugar
      y a la brevedad posible.
      se anticipa
      (y esto es un asunto grave)
      le queda poco tiempo
      y además
      ya perdió toda serenidad.

      juan ramírez ruíz (1946 - 2007)

      ¿qué pasaba por la cabeza de aquella joven? aunque es interesante especular es muy difícil saberlo; y en cuanto a su salud, el relato no dice nada en cuanto a ello. de ella sólo se sabe que al terminar sus estudios en el internado había regresado a su casa para vivir con sus padres. al vizconde jamás le dijo que estaba enferma. creo que lo de ella se puede calificar como "muerte súbita".

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  6. Leeré este relato en cuanto pueda ( tus entradas requieren de mucho tiempo para ser disfrutadas ) pero el título " Las diabólicas" me ha recordado una peli francesa de los 50 en la que parece que se comete un crimen planeado por dos mujeres para terminar con su ( esposo/amante) que las maltrataba cuando en realidad todo lo que parece no es y al final todo es un plan urdido por el marido y la amante para terminar con su esposa y quedarse con la herencia..
    A ti, que te gustan mucho las historias de misterio, podría gustarte ; ) su título original "Les diaboliques" dirigida por Henri-Georges Clouzot.

    Un beso DRACO!

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    1. no recuerdo si el argumento que me das de aquella película pertenece a una de las seis historias de las que consta el libro "las diabólicas" o es tan sólo una coincidencia en cuanto a utilizar el mismo título. de todas maneras será muy interesante verla.

      un beso.

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  7. Lo voy a buscar antes de leer bien la entrada 😯🙈

    PD: Gracias por sumarte a la Lectura Conjunta 📖

    Un beso amigo desde Plegarias en la Noche

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    1. el libro lo puedes encontrar en: https://www.gutenberg.org/ebooks/author/5245

      está en francés pero te permite utilizar un traductor para leerlo en castellano.

      amiga tiffany, un beso.

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  8. Amigo, no veo mi comentario , se lo llevo la parca jajaja. De todos modos muy buena entrada como nos tienes acostumbrados. Un besote.

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    1. amiga, acabo de revisar la parte interna del blog y no hay comentarios pendientes por aprobar. en este post tienes dos comentarios, éste y el que está al comienzo, el primero que encabeza los demás comentarios. en el post de las fotos de halloween también aparece tu comentario. sumando los dos post aparecen tres comentarios tuyos. no hay más.

      un beso.

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